Compartir 

En busca del Portugal más salvaje.

Hay ocasiones en las que el cuerpo nos pide naturaleza con mayúsculas; espacios abiertos sin un edificio a la vista, bosques inmaculados y acantilados rocosos que se asoman a playas majestuosas batidas por la fuerza del mar. Ante esa llamada, pocos destinos mejores que la costa más meridional de Portugal, donde al amparo del Parque Natural Do Sudoeste Alentejano se extiende el Algarve más salvaje e indómito. 

 

Antes de sucumbir por completo a la llamada de la naturaleza, una parada en la bella ciudad de Lagos para descansar del largo viaje y recargar baterías en el Porsche Destination Charging más estiloso de todo Portugal. Casa Mae, un espectacular hotel boutique que tan pronto te propone una cena sofisticada y saludable en su restaurante Orta, o lanzarte sin miramientos a por una suculenta brocheta de carne en la churrasquería al aire libre en el patio del hotel.

Las gruesas murallas del siglo XV de la ciudad delimitan los confines de este hotel levantado en una mansión del siglo XIX entre enormes jardines, huertos y árboles frutales. Junto a la casa tradicional, otros dos edificios más modernos completan un complejo donde dejarse mimar en su spa, relajarse al borde de su piscina, darse un capricho en su boutique de diseñadores locales. Lagos aún conserva cierto aire de pueblo con sus calles empedradas, callejuelas estrechas y casas alicatadas con azulejos de colores, como el verde intenso que cubre la casona donde está la Loja Obrigado, la tienda más coqueta de la ciudad, en la Praça Luís de Cambõe. En las calles del centro, los restaurantes, bares y cafés, se dividen entre turísticos y auténticos, con A Forja como máximo representante de estos últimos.


Edificio histórico del Hotel Casa Mae.

Casa Mae Porsche Destination Charging.

Desayuno en el restaurante Orta de Casa Mae.

Modesto y delicioso: sardinas con patatas asadas en un bar de carretera.

 

Muy cerca de Lagos, el espectacular mirador de Praia Do Camilo pone a nuestros pies, a 200 escalones de distancia, la arena fina y las aguas turquesas de una de las playas más bellas del Algarve, flanqueada por acantilados dorados de tierra caliza, más al sur, otro mirador, Ponta da Piedade, continua con el espectáculo de formaciones rocosas, arcos, columnas talladas en la roca caliza por las tormentas, el oleaje y el viento siguiendo la línea de la costa hasta donde se pierde la vista. Dejamos Lagos atrás y con ella, las ciudades propiamente dichas.

La espectacular Praia Do Camilo vista desde su mirador.

Aparcamiento con vistas cerca de Sagres.

 

Ahora toca zambullirse en el Algarve más natural y sosegado, donde los paisajes siguen siendo los únicos dueños del territorio y los turistas llevan tablas de surf en lugar de sombrillas. Sagres, meca internacional de surferos de todo el mundo, ha madurado bien, y donde antes la dieta era a base de bocadillos y cerveza Superbock a los pies de caravanas y furgonetas Volkswagen cargadas de tablas, hoy son los modernos establecimientos de cocina internacional, sostenible y de proximidad. Fermento es el mejor ejemplo de ello en un delicioso restaurante, donde los raviolis de setas, el falafel, los vinos naturales y la kombucha casera, son la cara más eco de esta localidad que se asoma a la punta de Península Ibérica entre acantilados salvajes y mares violentos. Las tardes tienen dueño, y en los alrededores del Faro de Cabo San Vicente, se reúnen los peregrinos del sol sobre acantilados de 75 metros de altura, para ver cómo terminan los días. Este es el último pedazo de tierra que los marineros portugueses veían antes de aventurarse al mar, añorando el regreso sin prácticamente haber partido.

Atardecer en Playa Amado.

Acantilados alrededor de Faro de San Vicente.

 

Tras 200 kilómetros de recorrido por el Algarve de este a oeste, el final de la Península Ibérica marca la dirección ahora rumbo al norte, siguiendo La Costa Vicentina 60 kilómetros más hasta el pueblo de Odeceixe que marca fin del Algarve y el principio del Alentejo. Un límite difuso, porque ambos territorios están dominados por el Parque Natural do Sudoeste Alentejano, un seguro de vida que protege el territorio más hermoso y virgen de Portugal en un recorrido que te regala pequeños pueblos y grandes paisajes.  El festival de playas y mar salvaje comienza en Vila do Obispo, donde a uno tiene que decidir si zambullirse en el mar o comérselo a puñados, en casas de comidas como el solar del Percebe, donde es posible darse un atracón de este manjar, sin necesidad de hipotecar la casa. A 15 km de aquí, en Playa de Amado, un único surfero camina con su tabla bajo el brazo la enorme extensión de arena mojada dejada por la marea baja después de una jornada de olas en solitario. El sol de la tarde tiñe la imagen intensificando el rojizo de las montañas. Hay otras playas, pero esta a esta hora, es pura poesía. 

Paraíso surfero en Playa do Amado.

Casa de azulejos en el centro de Lagos.

 

A 8 km hacia el interior, la Aldea de Pedralva con 26 casas encaladas con puertas y ventanas de colores, su restaurante y su café central, sigue siendo una excelente alternativa para alojarse en esta aldea recuperada y restaurada por la que no pasan los años, ejemplo de que es posible vencer el abandono y el olvido en pequeños pueblos rurales. Sin duda, la proximidad a una costa tan atractiva como esta, hace las cosas más fáciles. Bordeira, que es mar y rio a la vez, con la playa atravesada por la desembocadura plácida del río escenario de paddle surf mientras que en el mar es patrimonio del kitesurf. 

Cerca de las playas vírgenes de surf de Carrapateira hacemos parada y fondo en Monte da Vilarinha un Porsche Destination Charging en pleno corazón del parque natural. En este complejo ecológico de villas encaladas en un valle donde el único sonido es el canto de los pájaros por la mañana mezclado con los cencerros de las vacas que pastan al otro lado del valle. Las villas con techos de terracota están hechas de materiales locales, y sus jardines desembocan en un olivar, rodeado de senderos entre un bosque de eucaliptos.

Carreteras secundarias alrededor del Faro de San Vicente.

Atardecer en la playa de Bordeira.

En el diminuto Carrapateira, la vida transcurre alrededor de los bancos de su placita y las terrazas del Microbar, con sus hamburguesas y lasaña casera infalible para recuperar la energía perdida surfeando las olas, los más aventureros o en los senderos, recorriendo acantilados, los más precavidos. En Arrifana, sus acantilados de pizarra oscuros, vistos desde su fortaleza, son una de esas postales que te llevarás grabada en tu retina. En las playas de Monte Clérigo y Amoreira, querrás caminar cada una de las pasarelas de madera que se elevan sobre los bancales de arena, resguardados por acantilados. En Aljezur, su castillo, que fue moro hasta el siglo XIII, es el mejor mirador para disfrutar el espectáculo desde la cima del pueblo. En Odeceixe, el río Seixe es la frontera natural que nos indica de que hemos llegado al final de nuestro viaje. 

El Algarve más salvaje a nuestras espaldas y un único pensamiento en nuestra mente: volver a recorrerlo.

 

Rafael Estefanía
Travel writer, photographer and video journalist