A más de 2.400 metros de altitud, donde el invierno dibuja un paisaje blanco y las montañas de Andorra quedan cubiertas por un frío seco que amplifica cada sonido, la conducción se convierte en un ejercicio de precisión pura.
A finales de los años setenta, Porsche ya había consolidado su presencia en el automovilismo con el 935, un vehículo desarrollado a partir del 911 Turbo.
Hay paisajes que no se explican, se sienten. Namibia es uno de ellos. La inmensidad del desierto, la luz dorada y el silencio del horizonte forman un escenario donde el tiempo se dilata y la conducción se transforma en algo esencial.
Cuando se habla de la llegada de la tracción total a Porsche, el protagonismo recae muchas veces en modelos de producción como el 959 o el 911 Carrera 4 de la serie 964. Sin embargo, la verdadera historia empieza antes.
Cuando Porsche decidió presentar un nuevo contendiente para la temporada de 1974 del Campeonato del Mundo de Resistencia, lo hizo sin medias tintas.
La esencia de Porsche tiene una marcada obsesión: la precisión milimétrica. Esta filosofía de trabajar al más pequeño detalle, también a nivel tecnológico, llevan a Porsche a desarrollar modelos que se convierten en sueños fabricados y que otras veces se quedan en la fase de prototipo.