Vino y Naturaleza en La Rioja
La Rioja es una de esas regiones que su sola mención tiene la capacidad de transportarnos al momento mágico donde se descorcha una botella y se llenan las copas, comenzando la liturgia de airear, oler, observar y degustar el vino. En otoño, ni siquiera es necesario descorchar una botella, pues el aire está impregnado del aroma a mosto y a vendimia. Faltan unos meses para ese momento y en nuestro viaje de principio de verano, con las viñas aún verdes, la opción de impregnarnos de la esencia de La Rioja descorchando algún reserva, me parece perfecta . Amanece en el pequeño pueblo de Briñas. El balcón de la habitación en el Porshe Destination Charging Hotel Palacio de Tondón, asentado sobre muros de roca madre del siglo XVII, se asoma al río Ebro, que discurre en calma escoltado por frondosos chopos. A tan solo cinco kilómetros de este pueblo, está Haro, conocida como la capital del vino.
Balcón del Hotel Palacio de Tondón en Briñas.
Iglesia de Briñas.
En el Barrio de la Estación, hay siete bodegas centenarias (la mayor concentración del mundo) desde donde en el siglo XIX salía el vino en barricas en tren rumbo a Burdeos cuando El Rioja aún no existía y nuestro vino se etiquetaba en francés. Entre ellas, Rioja Alta, Muga y López de Heredia, antigua y evocativa pero con un guiño a la modernidad en su tienda, diseñada de la arquitecta Zaha Hadid. Y es que, a La Rioja se viaja no solo por el contenido de sus bodegas, sino también por sus continentes. La sinuosa bodega de Santiago Calatrava Ysios, mimetizada con las ondulaciones de Sierra Cantabria al fondo, la maraña de titanio de la espectacular Bodega de Marqués de Riscal de Frank Ghery que puso el diminuto pueblo de Elciego en el mapa y en el radar de turistas americanos y japoneses.
Fachada de Marqués de Riscal, de Frank Gehry.
Bodega Ysios del arquitecto Santiago Calatrava.
Campos floridos de La Rioja.
El Ebro es el espinazo líquido que delimita La Rioja por el norte. Su curso está lleno de momentos mágicos, como cuando a su paso por Briones, se retuerce en un meandro circular casi completo surcado por hileras de viñas en perfecta formación. La Rioja es aún más bonita vista desde arriba, desde este mirador de Briones, desde Cellorigo, o desde el Castillo de San Vicente de la Sonsierra, atalaya excepcional durante el año y lugar tenebroso en semana santa con los picaos flagelándose la espalda hasta brotar la sangre. Puestos a ganar altura, ninguna opción mejor que subirse a un globo y sobrevolar los riscos de Bilibio y pasar rozando nuestro modesto Corcovado, la estatua de San Felices, imaginando abajo en sus campas los miles de puntos rosas difusos en los que se convierte la gente empapada de vino durante la Batalla del Vino de Haro que acaba de suceder el 29 de junio. Volando hacia el sur, salen a nuestro encuentro las cumbres de la Sierra de la Demanda a cuyos pies está el pintoresco Ezcaray, parada obligada de sibaritas en los fogones del Echaurren, donde el talento de Francis Paniego y la inolvidable huella de su madre Marisa, colocaron a La Rioja en el universo de las estrellas Michelín. En este pueblo de montaña y de esquí, cuando “sale el norte”, esa brisa fría que te tonifica la cara mejor que cualquier crema, se agradece tener a mano una de las mantas artesanas que la familia Valgañón siguen fabricando en la Real Fábrica de Ezcaray desde hace casi un siglo. Telares antiguos y un proceso artesanal de fabricación que comienza en un almacén con las madejas blancas de mohair colgadas en varas de avellanos, listas para ser teñidas. Una vez elaboradas, mantas, chales y bufandas, formarán parte de colecciones de exclusivas firmas de moda. Afortunadamente, su tienda en el centro del pueblo te permite, a mejor precio, rebozarte de gusto. En esta tierra de aldeas, el moderno anhelo por lo rural ha supuesto una segunda vida para muchas de ellas. Zaldierna, a tiro de piedra del mayor bosque de acebos de La Rioja, pasó de tener 14 habitantes y un puñado de casas a punto de derrumbarse, a convertirse en un pequeño enclave rural con dos alojamientos rurales y un restaurante que impregna la aldea con el delicioso olor a chuletitas asadas al sarmiento. Desde aquí y a sólo 30 kilómetros esta la joya de la corona de La Rioja, los Monasterios de Yuso y Suso en San Millán de la Cogolla donde admirar las Glosas Emilianenses, la primera manifestación del castellano escrito de la historia. Aunque las Glosas Emilianenses originales están custodiadas, alejadas de la luz y el polvo en La Real Academia de la Historia en Madrid, la biblioteca del monasterio de Yuso guarda muchos otros tesoros. Nuestra mente divaga observando los treinta enormes cantorales del siglo XVII, de entre 20 y 60 kilos de peso cada uno, forrados de grueso cuero manoseado durante siglos, y los imaginamos siendo transportados a hombros de los monjes por los corredores del monasterio en una escena más propia de la tenebrosa abadía alemana de El Nombre de la Rosa que de un monasterio ilustrado en La Rioja.
La Rioja a vista de pájaro a bordo de un globo.
Mirador de Briones.
Es la hora de comer y pocos lugares mejores para hacerlo que en La Vieja Bodega en Casalarreina (por algo fue elegido como el sexto mejor de España por los usuarios de Trip Advisor en 2017). Ubicado en una antigua bodega del siglo XVII restaurada con grandes salones de techos altísimos sujetos por vigas de madera a 10 metros del suelo, es posiblemente el más espectacular de los restaurantes de La Rioja. Horno de leña, tomates recién cogidos de su huerto propio y croquetas para perder la cabeza, comparten carta con platos de cocina riojana creativa y una selección de más de 600 vinos que duermen en sus calaos a 10 metros bajo tierra listos para que tu los despiertes. A la hora de elegir, harás bien en ponerte en manos de Ángel, el dueño del local, y dejarte aconsejar en un viaje en el que podrás visitar clásicos de la gastronomía riojana como las alubias pochas y las chuletillas de cordero y asomarte a nuevas propuestas como los raviolis rellenos de molleja y setas o las alcachofas con fua.
Restaurante La Vieja Bodega.
Vinos en La Vieja Bodega.
Mi siguiente parada es Finca de Los Arandinos, otro Porsche Destination Charging donde nosotros y nuestro Taycan recargaremos baterías esta noche. Arquitectura vanguardista en medio del campo, con diseño de David Delfín y una excelente bodega incorporada a 15 kilómetros de Logroño. Rodeado de viñedos y olivos, este es el lugar perfecto desde donde explorar la capital sin necesidad de perder de vista ni por un momento el verde y ocre que nos ha acompañado en todo el viaje. En Logroño los jugos gástricos siempre se activaron con pinchos y chatos de vino en torno a los bares de la calle Laurel (“La Laurel” para los amigos) con los champiñones con gambas de El Soriano como punto de partida de cualquier noche. Pero si hay algo en lo que ha cambiado Logroño en los últimos años, es en su excelencia gastronómica, más allá del pimiento relleno. Propuestas cosmopolitas como el estrella Michelín Ikaro, donde se funde Ecuador y La Rioja a través de la cocina de la pareja de chefs Carolina e Iñaki en un sorprendente viaje de sabores, olores y texturas a un precio más que asequible para un restaurante estrellado. En la Heladería Dellasera, Fernando Sáenz, premio nacional al mejor repostero de España, reinventa el concepto de los helados con texturas y sabores tan evocativos como “Sombra de Higuera” y “Paseo de verano” que despiertan rincones helados de tu paladar. Más sorprendente aún, es el restaurante japonés estrella Michelin Kiro Shusi, del riojano Félix Jiménez. Desde el momento en que tomas asiento con otros nueve afortunados comensales en torno al espacio central donde Félix prepara sus nigiris con una coreografía de gestos y cortes impecables, se es consciente de estar ante una experiencia casi mística. Técnicas ancestrales casi perdidas ya en Japón, maceraciones exactas de pescados, cuchillos con filo y solera de katanas en un viaje por un menú omakase de 19 etapas.
Fachada del Hotel Finca de los Arandinos.
Interior del Hotel Finca de los Arandinos.
Taycan con la Sierra de Cantabria al fondo.
Hablando de excelencia, a tan solo 12 kilómetros de aquí, está Marqués de Murrieta, elegida como la mejor bodega del mundo. Sí, leíste bien, no la mejor de La Rioja o de España, sino la mejor bodega del planeta, recién galardonada en 2022. En un año para enmarcar, su enóloga María Vargas fue nombrada la mejor enóloga del mundo y el vino Castillo Ygay Gran Reserva fue elegido el mejor vino del mundo. Casi nada. En este templo del vino (es la bodega más antigua de La Rioja) la tradición de la piedra noble de sus edificios convive con las técnicas más innovadoras en la elaboración del vino en un maridaje perfecto. Un maridaje que llega a la mesa con sus exclusivas catas gourmet y que continúa en sus sótanos donde descansan las joyas de la corona, sus vinos mas antiguos, detrás de una puerta blindada y donde su museo nos cuenta una historia que a día de hoy sigue escribiendo su dueño Vicente Dalmau. Grabada en nuestra retina y nuestra nariz, nos llevamos la inmensa Sala de Barricas, una suerte de catedral del vino donde descansan millones de litros apilados en barricas de roble francés, bañados de una iluminación tenue, y donde huele a madera y vino en lugar de a incienso.
Bodega Marqués de Murrieta.
Sala de barricas en la bodega Marqués de Murrieta.
Seguimos nuestro camino adentrándonos en La Rioja Baja. A los pies del mirador del Peñueco en Viguera, se abre la entrada de la Sierra de Cameros en un valle verde repleto de árboles frutales flanqueado por impresionantes peñas areniscas teñidas de naranja cada atardecer. Aquí la geología da un paso al frente en montañas huecas que forman grutas majestuosas por donde caminar entre estalactitas y estalactitas en Ortigosa de Cameros, recorriendo los pasillos de La Cueva de los cien Pilares en Arnedo, en pozas termales en Arnedillo o en forma de monolitos de piedra erosionados por el viento y por el tiempo como la extraña pareja de El Picuezo y la Picueza (de 45 metros de altura el primero) convertidos en símbolo de la localidad de Autol.
Castillo de Castañares.
Nuestro viaje toca a su fin de la mano, como no, de ese mismo río Ebro que nos recibió al principio de nuestro viaje, a 117 kilómetros de distancia, en el pueblo de Briñas. En la reserva natural de Sotos de Alfaro, el río finalmente dice adiós a La Rioja para adentrarse en Navarra, con una traca final de humedales repletos de álamos, sauces, meandros e islas, en esta región bendecida de naturaleza y vino.